Alberto Chimal leyó un día tres cuentos en el auditorio de la Facultad. Desafortunadamente no anoté el nombre del libro que los contenía. Sonaba algo así como
Antes de nuestros días, o
Estos son nuestros días o
Los días nuestros. Desafortunadamente, en CONARTE, quien le edita, no tenía ningún libro de él, mucho menos algo que sonara como lo que me sonó. Al fin encontré dos: uno sobre el teatro infantil:
El secreto de Gorco, del cual no hablaré porque estoy trabajando en un proyecto sobre el mismo, que requiere la más absoluta discreción (¡uy!). Y otro,
El país de los hablistas. Están (o
estaban) en la librería universitaria. Yo sé que esto puede confundirse con descarada publicidad, pero esa no es mi intención, sólo pretendo facilitarles la tarea de buscar algo de Chimal, para cuando tengan qué hacer una reseña sobre él.
El país de los hablistas no tiene prólogo, cosa que se agradece mucho. En la contratapa sólo aparece una comparación con Tolkien, en el sentido de la creación de mundos, con la única condición de que sean lógicos en sí mismos. Las citas que cumplen la función de epígrafes dan la bienvenida a un mundo compuesto de historias, es donde viven los cuentistas, las historias forman la nación de los narradores. Así como son las historias de Chimal, narraciones propias, es al mismo tiempo donde moran sus personajes y él mismo, en su papel de narrador omnisciente, vive en ese lugar que está formando, al tiempo en que existe dentro de él. Digo esto, aunque parezca que no digo nada, es la médula del libro. Todos los cuentecitos están unidos por un hilo que es el “digo” del narrador. Así, la historia del inicio da un aire de leyenda para explicar los orígenes de todo y de todos. Remite al lenguaje que se emplea en las traducciones de la Biblia, delimitan el escenario a un lugar fuera del Edén, donde viven las bestias y la oscuridad. Este cuento,
La verdad, es una maravillosa y lógica introducción.
Ya en la
Historia del plato de sopa, se respira un aire medieval, guerreros y ermitaño y reyes. Chimal establece un paralelo entre la historia que cuenta y la historia del plato de sopa. El final, a pesar de que son carcajadas, es muy triste y nuevamente lógico.
La vida perdurable es un cuento divertido, de esos en espiral. Los personajes son muy interesantes y la sola idea de que haya un monstruo marino que se trague a los más sabios y valientes para darles vida eterna
perdurable puede parecer tonta, pero en el cuento es tan lógico como si nada mágico pasara al aparecerse una sirena por ahí, al ser escupidos los dos personajes principales y ser lanzados a una nueva desventura, como fue en un principio cuando cayeron en el mar.
Desde la probable hilaridad que provoque tal vez el final de
La vida perdurable, nos conduce al más profundo horror que no podría expeler cualquiera de sus personajes hasta ahora. Es este “noble” un ser malvado, vive en un castillo y piensa seriamente en la posibilidad de torturar a su esposa y violar al hijo de los dos enfrente de ella. Interrumpen estas terroríficas y espeluznantes descripciones e introspecciones con el elemento de la leyenda de los worgoi. Son como zombies-vampiros. Pragyo, éste era el nombre del malvado, les teme. Y teme también a los cadáveres de su esposa y a su hijo, y del pastor que pedía auxilio, pues ellos podrían ser worgoi. ¿No se da cuenta de que en su maldad podría ser él mismo uno de ellos? ¿De
El ejército de la luna?
El juego más antiguo del mundo es como una canción: del perro al gato, del gato al ratón, del ratón a la araña y así. En el final convergen las dos fuerzas de forma sorprendente y se unen de tal manera que no se sabe si hablaba de una o de la otra.
Si está abarcando este espacio con literatura que remite a motivos medievales: castillos, worgoi, brujas, no podría dejar escapar a los magos.
Fortuna es un cuento bien hecho, no les arruinaré el final. Sólo diré que es lo que está en medio y al final, es casi lo mismo, pero no es igual.
En
Los justos, explora las nociones de justicia y amistad. Es una historia que pudo haber sido inspirada en las leyendas árabes, aunque los personajes son tan estereotípicos: el mercader, el ministro, la sirvienta. Todo en su conjunto deja respirar este aire de antigüedad que refuerza la idea de que el país de los hablistas son historias muy viejas, pero los valores humanos son los mismos.
A pesar de que en
Los justos se podría forzar una interpretación
marxista, es hasta la
Historia del congreso, la desesperada y el ave fabulosa donde da un repaso a las diferentes posturas filosóficas, los puntos de vista que surgen a partir de un ejemplo: el sueño de una triste y pobre mujer, costurera desesperada por saber qué significa eso. Es muy gracioso que los filósofos se peleen a golpes. Y nuevamente este destello que hace sonreír, contrasta indudablemente con la historia que sigue:
La distante, un amor imposible, por ser el objeto de deseo, Akundi, sólo una leyenda, algo inalcanzable, sin embargo Manek, muchacho vivía con una mirada “poderosa”, la alcanza con la vista y la maldición que sufre Akundi, según la leyenda, se extiende a él, irremediablemente perdido por el amor.
Aún triste-esperanzador el final del cuento, el final del libro es aún más triste y nostálgico o yo soy sentimental. Pero da la sensación de que ocurren cosas más malas que buenas, pero las buenas no sólo lo son, sino que además graciosas. Hay una que otra intertextualidad entre los mismos cuentos, hasta hace dudar de que las citas que hacen de epígrafes sean de libros que de verdad existen, tal vez sí, tal vez no. Así, las historias tal vez ocurrieron o tal vez no. Y si ocurrieron,
El país de los hablistas existe, y si no, de todas formas existe porque son las historias mismas.